miércoles, 25 de junio de 2008

BIÓGRAFO


Y claro, mis planes eran otros. Yo me veía con ella tomados de la mano caminando por el parque Balmaceda y tomando helado en la terraza del Bravísimo de Manuel Montt, pero no. Y todo por una película.
Yo me hice amigo de la Valentina en el preu, compartíamos las clases de lenguaje y química, y de a poco fuimos moldeando una amistad. Aunque pensándolo bien, no fue muy fácil acercarme a ella.
Verán, yo soy un tipo súper piola, no me gusta hablar mucho, digo lo justo y necesario. Me avergüenzo un poco de leer en voz alta, y no porque lea mal, sino porque no me gusta forzar la voz, creo. Además paso desapercibido en todas partes, menos en un debate, en donde soy el único que no emite juicio alguno; pero no porque no tenga opinión, sino más bien porque no me gusta forzar la voz, creo.
Además no muchos se acercan a mí, me ven como el clásico nerd que juega playstation todo el día, y bueno, sólo juego en el computador ocho horas diarias, creo. Y sí, soy muy creyente, pero no en Dios, sino en Bill Gates. Hablando en serio creo en el poder que existe dentro de uno para hacer las cosas, pero bueno, esto no es un ensayo filosófico; yo les quiero contar cómo me acerqué a la Vale y qué pasó después.

Parece que ella tomó la iniciativa, porque fue ella la que me saludó al salir de Baquedano, y claro, me pregunto que cómo estaba, que desde dónde venía y desde ahí nos fuimos conversando hasta llegar al Pedro Taquilla. Durante la clase no pude concentrarme muy bien, y eso de la sinestesia y la sinéc no sé cuantito, ahí quedaron. Hasta que por fin terminó la agotadora clase y me acerqué a la Vale, le pregunté si la acompañaba al metro, me dijo que sí y comenzamos la marcha. Pero no llegamos al metro sino antes pasar a comer un completo donde el Juano, un marica bien ordinario.
Y nos reímos harto, y mi carácter lacónico -así me dijo una vez la profe de lenguaje, nunca supe qué significaba- quedó atrás. Me lo agradeció, cambiamos los mails y quedamos de juntarnos otro día, pero que yo le avisará qué haríamos.

Esta es la tuya Nico, me dije. Claro que sí. Cuándo antes iba a poder entablar relación con una chiquilla tan guapa como la Vale, que además de eso era buena onda y no le parecía rara mi forma de ser, creo.
Y conversábamos mucho por Messenger, y hablábamos y hablábamos y hablábamos. Y me contaba que pertenecía a un grupo feminista y que incluso había estado bien metida en lo que fue la marcha a favor de la píldora del día después. Además me contó que le encantaba el arte, sobre todo el cine, y que no había cosa que adorara más, que una buena película acompañada de un pan con palta.
Lo tenía. La cita sería perfecta. Nos juntaríamos en el metro de la Católica, pasaríamos a comprar unos sánguches -sí, así me dijo la profe que se decía- y partiríamos a ver la mejor película de la cartelera al Biógrafo: perfecto.

Redoble de tambores y llegó el día. Y por favor no se rían, yo al menos no lo hice, creo.
De partida llegué tarde al metro, ella estaba sentada con cara de aburrida y me dijo que había llegado recién, mentira.
Salimos a buscar los panes con palta, no sabía de dónde los iba a sacar. Ella me preguntó para dónde íbamos y yo le decía que era sorpresa. Y la sorpresa nunca apareció. Entonces, la miré fijamente y le dije que había comprado entradas para el cine. Ella sonrió, me miró, me dijo gracias.
Y llegamos a José Victorino Lastarria 181, volvió a sonreír y me pregunto que cómo sabía que le gustaba el cine arte, me abstuve de decirle la verdad y mentí diciendo que tenía cara de artista, y al mismo tiempo me preguntaba cuál era esa cara.
La película para la cual había comprado las entradas había empezado hacía diez minutos; entramos con cuidado y nos sentamos muy cerca de la pantalla en las butacas de terciopelo. Yo estaba más atento en la Vale que en la película. Y pensaba que, a pesar de que todo no había salido perfecto, sin duda lo que vendría después sería mucho mejor.

Una voz débil, más débil que la mía me molestaba, ya terminó joven me decía.
Abrí los ojos y me hallaba solo muy sentado en la butaca, las luces estaban prendidas y un señor bastante senil me dijo que la película había terminado hacía rato. Pregunté por la Vale y no supieron qué decirme. Se había ido, asumí.
Y de verdad les digo que en cuanto llegué a mi casa me conecté para preguntarle qué le había pasado. Yo imaginaba que se había tenido que ir urgente y que prefirió no despertarme para que yo siguiera descansando, creo.
Pero ella no estaba conectada.

Al día siguiente fui el primero en llegar al preu, y en cuanto la vi le pregunté todo lo que quería saber, no me dijo nada.
Terminó la clase e insistí, me tomó de la mano, me llevó a la salida y comenzó a decirme todas las cosas por las que se había ido. Que le molestaba la gente impuntual, que le cargaban las sorpresas que no llegaban y que la película había sido el mayor oprobio -eso dijo- que alguien le había dado. Ah, y que nunca más le hablara porque no quería saber nada de personas como yo.
La verdad no intenté justificarme, tenía razón. Pero de algo no estaba seguro.
No aguanté las ganas y me fui corriendo al cine a ver de qué se trataba la película que ella había visto -yo dormía-. Y el mismo señor que me despertó me contaba que había sido un documental que mostraba por qué los hombres somos más inteligentes que las féminas y puras cuestiones así.
Qué imbécil fui, cómo no se iba a enojar la Valentina, si después de todo iba contra sus convicciones.
Pero ya, me servirá para la otra; no todo debe ser tan premeditado.

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