jueves, 4 de febrero de 2010

Animitas



Cuando hablamos de animitas, hablamos de religiosidad popular, de la memoria del pueblo, de historias de difuntos y aparecidos, de milagros y de agradecimientos.
Pequeñas casitas de personas de vidas anónimas que sufrieron una muerte violenta y especialmente injusta. Esas son las "animitas", que se han convertido en entidades persistentes para la comunidad que, pese al paso del tiempo, se siguen erigiendo en diversos puntos de la ciudad. La creencia popular dice que sus almas permanecen en la tierra para borrar sus pecados y que, a cambio de rezos, ayudan a los vivos. Y esa creencia es la que sustenta la veneración.

Las animitas están en todas partes; no hay en Chile una ciudad donde falten; y pobre de los vecinos si es que no reponen las flores o dejan que se consuman todas las velas, porque la tradición popular recuerda a los occisos con cariño.

Según Maximiliano Salinas, Académico e Investigador del Departamento de Historia de la Universidad de Santiago de Chile “Las animitas son una mezcla, un sincretismo, que toma de España el culto a la Virgen del Carmen, a la que se le puede pedir favores, y que toma del mundo indígena el culto a los antepasados y la idea de que los muertos se quedan cerca nuestro, tal como los mapuches creen que sus ancianos están en las nubes, protegiéndolos”.


LOS EMBLEMÁTICOS


Difícilmente alguien no haya escucha hablar de  “La Carmencita”, La novia Orlita y menos aún de Romualdito. Estos tres personajes son sin duda los más populares a la hora de hablar de hablar de animitas.
Y como llevamos el alma periodística dentro no nos quedamos con las historias que contaban en Internet, sino que agarramos la cámara, una libreta y partimos con mucha avidez hasta los lugares más emblemáticos: Estación Central, Cementerio General, Parque O’higgins, y cuándo lugar con estas humildes casitas hubiera.

La calle San Borja fue el primer lugar que visitamos, afortunadamente lo hicimos el día de las animas, el lunes.
Allí nos encontramos con Eliana Morales, fiel devota de Romualdito quien nos contó que “hace muchos años ya que vengo, creo mucho en él y son muchas las personas que comparten esto conmigo”.

Romualdito, la animita de calle San Borja, acumula miles de placas de agradecimiento, con frases como “Gracias por haber hecho justicia” y “Gracias por salvarme de la muerte”. Además, siempre hay velas prendidas y una que otra persona rezando. Lo mismo sucede en el Cementerio General, donde está la tumba de Romualdo Ivani.
En el caso de Romualdito, lo apuñalan para robarle un manto de Castilla, cuando iba a darle la colación a su padre en el hospital, en 1933. Se dice que tenía 17 años, pero tenía realmente 41. Lo que sucede es que, al parecer, sufría un pequeño retraso mental y por eso la gente lo veía como niño.
Sus restos yacen en el Cementerio General, lugar donde también es frecuentemente visitado.

En la misma necrópolis, hay otro par de animitas bien afamadas y queridas. La Novia Orlita, que supuestamente deambula por los pasillos del cementerio, toda de blanco, durante la noche, es la preferida de los jóvenes y por eso es que su tumba está llena de regalos de calcetineras: de cuadernos a sostenes, pasando por fotografías y joyas. Los favores se amontonan, rayados en una muralla. “El mito es que Orlita era una mujer de 17 años que se estaba casando y rodó por las escaleras de la iglesia –nos revela un cuidador del camposanto­–, y la otra versión es que le dio un paro en el altar, porque no llegó el novio. También se decía que su madre iba todas las noches al cementerio, abría la tumba y peinaba a la joven durante largas horas. Pero la verdad es que Orlita Romero murió de peritonitis a los 17 años en el Hospital Militar, en 1943. Efectivamente, su madre la mandó a embalsamar para conservar su belleza, pero la vistió de blanco con el único propósito de representar su pureza.

Es común que muchos de los fallecidos con animitas sean reconocidos como niños, esto es para darles un carácter de pureza blanqueando aún más al occiso. Pasó con Romualdito y sucede igual con Carmencita, animita atiborrada de flores, muñecas y placas. “Se habla de una niña que habría sido violada y asesinada a los nueve años de edad, pero la realidad de Margarita del Carmen Cañas es que era una mujer que llegó del sur buscando oportunidades laborales y que tiene incluso que dedicarse por un tiempo a la prostitución. Hasta que Julio Marín, posiblemente un cliente, se enamora de ella y la saca del ambiente. Entonces viven una hermosa historia de amor que se acaba en 1948, cuando ella se enferma y es intervenida en una clínica de calle San Francisco y muere de shock anestésico.

Denominador común en todas: muertes trágicas e injustas, y es que parece que es eso lo que conmueve a los devotos y los hace creer y rendirles tributo a estos personajes del anonimato criollo.

Pero si creíamos que esto es sólo a nivel nacional estamos equivocados; la presencia de las animitas se ve en gran parte del continente Latino Americano, reflejado en una variada gama de expresiones de devoción y fe popular.  El culto a las ánimas, es la mezcla de las religiones antimísticas propias del continente, y la fe del conquistador.

En Chile, se pueden ver las expresiones de este culto a lo largo de todo el territorio, plasmándose en cada lugar características propias de la cultura local, especialmente en lo relacionado a la arquitectura del ánima, es decir, al monumento físico que se alza como contenedor de los registros asociados, muchas veces inexplicables, si no se presta atención a la tradición oral que acompaña estas ánimas.



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